sábado, 17 de julio de 2010

La plata ajena

Hace poco una adolescente celebró su cumpleaños número 15 con una mega fiesta, que incluyó paseo en helicóptero, limusina, comida, bebida y baile para aproximadamente 300 invitados. Algunos medios de prensa hicieron eco de la expectación que generó esto y siguieron paso a paso el festejo. Esto dio pie para que, como suele pasar en muchos otros casos, surgieran voces críticas respecto al gasto que habría significado esta celebración, sobre todo porque "venimos saliendo de un mega terremoto y hay gente que perdió su casa" "hay personas que no tienen qué comer y ella gastando tanta plata en una fiesta" "todo ese dinero se podría destinar a ayudar a niños enfermos" y blablabla...
Asombra darse cuenta de cómo las personas que hacen tan livianamente este tipo de críticas creen que Dios los premiará por sus comentarios o que serán candidatos al premio Nobel de la paz. Como si de verdad estuvieran preocupados por las personas que sufren por falta de necesidades básicas. Pero si me preguntan a mí... creo que esas críticas tienen como fondo nada más que la envidia, el resentimiento social y el tener demasiado tiempo libre.
Sean sinceros... si hubieran tenido los medios... ¿acaso no habrían gastado la misma cantidad de dinero en su fiesta de 15 años? Y si tuvieran una hija de la misma edad... ¿no harían lo que fuera para hacerla feliz? Y además... tanto que hablan de los pobres y de la gente necesitada, pero... ¿qué hacen ellos por estas personas? ¿Donan una parte de su sueldo al Hogar de Cristo u otra institución similar? ¿Han estado alguna vez en un campamento o población y se han preocupado de lo que sienten y piensan sus habitantes? ¿Se han desprendido de cosas materiales para ayudar a otros?
Para mí, la gente puede gastar su dinero en lo que se le dé la real gana, siempre que no se trate de algo ilegal. Personalmente, no gastaría $300.000 en un vestido o un par de zapatos, pero si otra mujer lo hace, a mí no me molesta en lo más mínimo mientras los demás no resulten dañados con su conducta.
Juzgar continuamente lo que hace la gente que nos rodea, ya sea con su dinero o con su vida privada, es uno de los signos más evidentes de la pobreza interior y de la necesidad urgente de redefinir las prioridades personales. En estricito rigor, nadie tiene tiempo para criticar a los otros por todo lo que hagan. Así que como dicen los gringos, GET A LIFE! (¡Cómprense una vida!)